El miedo en la infancia: una emoción necesaria que necesita acompañamiento

El miedo en la infancia: una emoción necesaria que necesita acompañamiento

El miedo es una de las emociones más primitivas y esenciales del ser humano. Nos ha acompañado a lo largo de la evolución y ha sido clave para la supervivencia. Sin él, nuestros antepasados no habrían huido de los depredadores o evitado situaciones peligrosas. Aunque hoy en día no tenemos que preocuparnos por animales salvajes al acecho, el miedo sigue cumpliendo una función fundamental: ayudarnos a detectar posibles amenazas y reaccionar a ellas de forma adecuada.

En los niños, el miedo es especialmente importante porque los ayuda a explorar el mundo con precaución. Es un mecanismo natural que les permite adaptarse a nuevas experiencias, desarrollar prudencia y aprender a enfrentar los desafíos de la vida de manera progresiva. Sin embargo, cuando el miedo es muy intenso, frecuente o mal gestionado, puede convertirse en un obstáculo para su bienestar emocional y su desarrollo. Un miedo no trabajado puede crecer con el tiempo y transformarse en una ansiedad persistente, limitando su autonomía y su confianza en sí mismos.

Los miedos en la infancia no son estáticos, sino que evolucionan con la edad.

  • - En los primeros meses de vida, los bebés pueden asustarse con ruidos fuertes, cambios bruscos en el entorno o la separación de sus figuras de apego.
  • - En la etapa preescolar, los miedos se vuelven más imaginativos: la oscuridad, los monstruos debajo de la cama o quedarse solos en una habitación.
  • - A medida que los niños crecen, sus temores tienden a volverse más complejos y abstractos. En la edad escolar, pueden aparecer miedos relacionados con el rendimiento académico (miedo a fracasar, a no ser lo suficientemente bueno en la escuela), la presión social (miedo al rechazo, a hacer el ridículo frente a sus compañeros) o el bienestar familiar (miedo a la separación de los padres, a que alguien querido sufra un daño).

Es importante que los adultos comprendan que el miedo en sí mismo no es algo negativo. No se trata de evitar que los niños sientan miedo, sino de ayudarlos a gestionarlo de una manera saludable.

¿Cómo reacciona un niño ante el miedo?

Cada niño vive el miedo a su manera, pero hay señales muy claras de que algo les asusta. Como adultos, a veces no nos damos cuenta de lo fuerte que puede ser esa emoción para ellos. No es solo un “susto”, sino que puede sentirse en todo el cuerpo y afectar su comportamiento.

  • Síntomas físicos: El miedo no solo se siente en la mente, también en el cuerpo. Un niño con miedo puede tener el corazón acelerado, sudar frío, temblar o incluso sentir que le falta el aire. Esto pasa porque el cerebro, cuando detecta un peligro (real o imaginario), activa una alarma que pone al cuerpo en estado de alerta. Es la misma reacción que tenemos los adultos cuando algo nos asusta de repente, como si casi nos atropellara un coche o viéramos una sombra rara en la noche.
  • Respuestas emocionales: El miedo también se manifiesta con emociones intensas. Muchos niños lloran, se ponen irritables o buscan estar pegados a sus padres constantemente. Si un niño está asustado, es posible que pida dormir con los adultos, no quiera quedarse solo en una habitación o se aferre a un muñeco o manta como si fuera su salvavidas emocional. Para ellos, su miedo es muy real, aunque nosotros sepamos que no hay peligro.
  • Conductas de evitación: Cuando algo nos da miedo, nuestro instinto nos dice: “¡aléjate de eso!”. A los niños les pasa lo mismo. Si tienen miedo a la oscuridad, evitarán ir solos al baño de noche. Si les asustan los perros, cruzarán la calle antes de pasar junto a uno. Si temen hablar en público, buscarán cualquier excusa para no hacerlo. Aunque pueda parecer una solución momentánea, la evitación refuerza el miedo, haciéndolo más fuerte con el tiempo

Lo que no ayuda a gestionar el miedo en los niños

Cuando un niño expresa miedo, la manera en que los adultos respondemos puede marcar una gran diferencia en cómo aprende a enfrentarlo. A veces, sin darnos cuenta, utilizamos estrategias que, en lugar de ayudar, refuerzan el miedo o hacen que el niño se sienta incomprendido. Aquí te explicamos qué actitudes es mejor evitar y por qué:

 

Ridiculizar o burlarse del miedo
Ejemplo: “¡Pero si ya eres grande para tener miedo!”, “¡Eso es una tontería, los niños valientes no lloran!”, “¡Mírate, pareces un bebé!”

Cuando nos burlamos del miedo de un niño, lo que hacemos es invalidar su emoción, haciéndole sentir que lo que le ocurre es absurdo o inaceptable. Esto no solo no elimina el miedo, sino que puede hacer que el niño se sienta avergonzado, deje de expresar sus emociones y se las guarde para sí mismo.

En lugar de ayudarle a superar su temor, lo estamos enseñando a ocultarlo, lo que puede derivar en ansiedad o inseguridad emocional. Los niños necesitan sentirse comprendidos para poder afrontar sus miedos con confianza.

En su lugar, usa frases como:

✔ “Sé que te asusta la oscuridad, vamos a pensar juntos qué podemos hacer para que te sientas más seguro.”

✔ “A veces, el miedo nos hace ver las cosas más grandes de lo que son, pero aquí estoy para ayudarte.”

 

Ignorar o minimizar el miedo
Ejemplo: “No pasa nada, deja de llorar”, “No hay ningún monstruo, vete a dormir”, “Eso no es para tanto.”

Es común que los adultos minimicen el miedo de los niños con la intención de tranquilizarlos, pero frases como estas pueden hacer que el niño se sienta incomprendido o que su emoción no es válida. Para un niño, el miedo es real, aunque nosotros sepamos que no hay un peligro objetivo.

Al ignorar o minimizar su emoción, no le estamos ayudando a enfrentarlo, sino que le enviamos el mensaje de que no debería sentirse así. Pero el miedo no desaparece solo porque se le diga “no tengas miedo”.

En su lugar, prueba con esto:

✔ “Veo que tienes miedo, y eso es normal. A veces, cuando no vemos bien las cosas, nuestra imaginación nos juega trucos.”

✔ “Si sientes miedo, podemos buscar una solución juntos. ¿Te parece bien si dejamos una luz tenue o creamos un plan para que te sientas más seguro?”

 

Exponer al niño bruscamente a lo que teme, sin preparación
Ejemplo: “Si te da miedo la piscina, te tiro al agua y verás que no pasa nada.” “¿Tienes miedo a los perros? Pues vamos a acercarnos a ese perro grande ahora mismo.”

Obligar a un niño a enfrentarse a su miedo sin preparación puede generar un trauma en lugar de ayudarlo a superarlo. Exponerlo de golpe, sin brindarle herramientas ni apoyo emocional, puede hacer que su miedo se intensifique aún más y termine evitando por completo la situación que le genera temor.

Enfrentar los miedos requiere un proceso gradual, en el que el niño vaya ganando confianza poco a poco. Por ejemplo, si teme a los perros, no es buena idea obligarlo a tocar uno de inmediato. Primero podemos mostrarle imágenes de perros amigables, luego verlo a distancia y, con el tiempo, permitirle acercarse poco a poco en un ambiente seguro.

En su lugar, acompaña el proceso de manera progresiva:

✔ “Sé que los perros te dan un poco de miedo, pero vamos a mirarlos de lejos primero. Cuando te sientas preparado, podemos acercarnos un poco más.”

“Vamos a dar pequeños pasitos. No tienes que tocar al perro si no quieres, solo obsérvalo y dime cómo te sientes.”

 

Refugiarlo en exceso, evitando que enfrente sus miedos
Ejemplo: “No te preocupes, yo dormiré contigo todas las noches para que nunca tengas miedo.” “Si no quieres salir de casa porque te asustan los ruidos, nos quedamos siempre aquí.”

Aunque el instinto de muchos padres y educadores es proteger al niño de cualquier situación que le cause miedo, esto puede generar el efecto contrario. Si siempre evitamos que se enfrente a lo que teme, el miedo se hará más grande y el niño no desarrollará las herramientas para afrontarlo.

Sobreproteger no es ayudar, sino limitar su crecimiento emocional. La clave está en acompañar sin eliminar la oportunidad de que el niño gane confianza en sí mismo.

En su lugar, busca estrategias que fomenten su autonomía:

“Puedo quedarme contigo unos minutos hasta que te sientas más tranquilo, pero después intentarás dormir solito.”

“Si te da miedo entrar a la habitación oscura, vamos juntos primero y después intentas hacerlo solo.”

La clave está en acompañar el miedo con comprensión y paciencia

El miedo en los niños es una emoción completamente normal y necesaria en su desarrollo. No es algo que deba ser visto como un problema en sí mismo, sino como una oportunidad de aprendizaje. Cuando un niño expresa miedo, no significa que sea débil o que algo esté mal en él; significa que su mente está aprendiendo a reconocer y evaluar lo desconocido. Nuestro papel como adultos no es eliminar el miedo por completo, sino ayudar a que lo comprendan, lo enfrenten y lo gestionen de manera saludable.

 

Los adultos jugamos un papel clave en cómo los niños aprenden a manejar sus emociones.

La manera en que respondemos ante sus miedos puede marcar la diferencia entre que los enfrenten con valentía o que los eviten con angustia. Si les damos las herramientas adecuadas, podrán poco a poco desarrollar estrategias para afrontarlos por sí mismos. Pero esto no ocurre de un día para otro.

 

Acompañar el miedo requiere:

  • - Empatía : Escuchar y validar lo que sienten sin ridiculizar ni minimizar.
  • - Paciencia : Entender que superar un miedo es un proceso que puede tomar tiempo.
  • - Estrategias adecuadas : Ayudarlos a encontrar soluciones graduales, sin forzarlos ni sobreprotegerlos.
  • - Motivación y confianza : Celebrar sus pequeños logros para reforzar su seguridad emocional.

Es importante recordar que cada pequeño avance cuenta. Un niño que hoy duerme con una luz tenue cuando antes necesitaba la habitación completamente iluminada, está dando un paso hacia su autonomía emocional. Un niño que se atreve a acercarse a un perro después de evitarlo durante meses, está ganando confianza en sí mismo.El miedo no desaparece de un momento a otro, pero con el apoyo y acompañamiento adecuados, los niños pueden aprender a enfrentarlo sin que se convierta en un obstáculo en su vida.

Como adultos, podemos convertirnos en su guía y su refugio seguro, enseñándoles que el miedo no tiene que paralizarlos, sino que puede ser un desafío que pueden superar con el tiempo.

 

ACOMPAÑAR, VALIDAR Y FORTALECER LA CONFIANZA DE LOS NIÑOS ES LA CLAVE PARA AYUDARLOS A CRECER SEGUROS Y PREPARADOS PARA AFRONTAR LOS RETOS DE LA VIDA.

26 de febrero de 2025
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