Amistad, tribu y convivencia: el escudo contra el acoso escolar

Amistad, tribu y convivencia: el escudo contra el acoso escolar

En primer lugar, conviene recordar que niños y adolescentes están naturalmente orientados a relacionarse con los demás. No se trata de un simple capricho que deseen ir al parque o que su grupo de amigos del instituto sea tan importante para ellos: es una necesidad biológica. La escuela, el patio o incluso los grupos de WhatsApps son, en realidad, sus verdaderos canales de comunicación.

¿Por qué la amistad es la superpotencia del crecimiento?

Imaginemos que el desarrollo de un niño o una niña es como construir una casa. Los ladrillos representan sus conocimientos, sus habilidades, sus logros académicos o los idiomas que aprende. Pero lo que mantiene unida esa estructura, el verdadero cemento, son las relaciones sociales. Sin ese “cemento”, la casa se tambalea. Esa es, precisamente, la función esencial que cumplen los vínculos y la convivencia en su crecimiento.

 

  • 1. La lección de la negociación: aprender a convivir sin imponer:

El patio del colegio es, en muchos sentidos, su primer parlamento. Allí descubren que no todo puede girar en torno a sus propios deseos y que convivir implica negociar.

Ejemplo práctico: dos niños quieren usar el mismo columpio. Si uno impone su voluntad mediante gritos o empujones, pierde la oportunidad de aprender. En cambio, si propone: “Yo me columpio cinco minutos y luego te toca a ti, ¿te parece bien?”, está poniendo en práctica una habilidad que más adelante le servirá para resolver conflictos en el trabajo o en su vida familiar.

Detrás de lo que podría parecer un simple desacuerdo infantil se esconde una auténtica lección de gestión de conflictos, una competencia que no se aprende en los libros, sino en la convivencia diaria.

 

  • 2.Aprender a poner límites: la asertividad

Saber decir “no” o “basta” de manera firme y respetuosa es una de las destrezas más importantes para la vida adulta. Si un niño o una niña no aprende a establecer límites en sus relaciones, le resultará más difícil hacerlo en el futuro ante una situación de abuso o falta de respeto.

Ejemplo real: tu hija está jugando tranquilamente con sus muñecas y su primo, más inquieto, se las quita para jugar a “la guerra”. Si ella guarda silencio, está asumiendo un rol pasivo. Pero si responde con voz clara y mirada firme: “No me las quites. Es mi juego, y ahora me toca a mí”, está practicando la asertividad, una habilidad esencial para construir relaciones sanas y equilibradas.

 

  • 3. Sentir con el otro: la empatía

La empatía es la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de comprender y compartir sus emociones. Es lo que nos hace verdaderamente humanos y lo que previene actitudes de violencia o indiferencia.

Ejemplo práctico: un niño se cae y se raspa la rodilla. Su amigo, al verlo, se acerca, le ofrece la mano y le pregunta si está bien. Ese gesto no surge de manera automática; se aprende observando y repitiendo conductas empáticas en su entorno familiar y social.

La amistad auténtica enseña a los niños y niñas que las emociones de los demás importan. No es solo una forma de juego: es la base sobre la que se construyen adultos seguros, respetuosos y emocionalmente fuertes.

Sin embargo, también pueden surgir desequilibrios. Cuando una relación deja de ser entre iguales y se transforma en una dinámica de abuso continuado, hablamos de acoso escolar o bullying. No se trata de un simple conflicto o discusión puntual, sino de un patrón de poder repetido y dañino. Es en esos casos donde la intervención y la educación emocional resultan imprescindibles.

El vínculo directo: autoestima y acoso

  • 1. El efecto en la víctima: ¿cómo el caso nos hace sentir "pequeños"?

El acoso es como si le hicieran un agujero a un depósito o tanque de gasolina (la autoestima).

El mensaje constante de "no vales", "eres feo", "eres raro" se les mete en la cabeza y lo toman como una verdad inamovible.

Ejemplo: Pensad en un adolescente al que acosan por cómo viste.

Empieza a ponerse ropa ancha y oscura para "esconderse" y ya no quiere participar en las fotos de la clase. Ha pasado de querer destacar a querer desaparecer. Su cerebro está gastando toda su energía en protegerse y evitar, en lugar de en aprender o disfrutar.

De repente, tiene ataques de ansiedad, no duerme bien y está irritable.

No es que se haya vuelto "malo" o "vago", es que está en modo supervivencia.

El cerebro, cuando está asustado (como pasa con el acoso), se centra en la parte más primitiva (la amígdala), que solo sabe huir o luchar. La parte que usamos para pensar, aprender y ser creativos (la corteza prefrontal) se desconecta.

Por eso, si tu hijo/a o alumno/a sufre acoso, sus notas bajarán, porque literalmente su cerebro no está en condiciones de estudiar.

 

  • 2. El efecto en el agresor: ¿por qué aparece la necesidad de dominar?

Es difícil, pero es crucial entender que el acosador también tiene una herida. No son "malos", son personas con mucha inseguridad que la tapan con poder.

Ejemplo: Tenemos a David, el "líder" del grupo que se burla del nuevo.

Si indagamos, quizá descubrimos que en casa sus padres le exigen mucho, nunca le felicitan y critican sus fallos. David, sintiéndose débil en su casa, necesita sentirse fuerte en el colegio. Usa al otro (a la víctima) como un trampolín para subir su propia reputación ante sus amigos. Si sus amigos se ríen de la burla, David se siente poderoso.

Es un círculo vicioso de inseguridad

Nuestro trabajo como adultos es romper ese ciclo. No solo debemos proteger a la víctima, sino también ayudar al agresor a encontrar su valía a través de algo positivo (el deporte, el arte, ayudar a otros), no de la humillación.

Esto es clave para una intervención que funcione a largo plazo. 

El terremoto emocional: consecuencias del acoso a corto y largo plazo

El bullying no es solo un mal rato, es una herida emocional que, si no se cura bien, deja cicatrices. Cuando hablamos de bienestar socioemocional, hablamos de cómo se sienten y cómo se relacionan con el mundo. Y el acoso lo destroza todo.

  • 1. El impacto inmediato (corto plazo):

La alarma que se enciende.

En cuanto empieza el acoso, el cerebro del niño, que ya hemos dicho que entra en modo supervivencia, empieza a generar una serie de síntomas que se notan en casa y en el aula:

 

  • - El aislamiento silencioso, acoso social: El niño se desconecta de su "tribu".

Ejemplo: acoso social. A Sofía la excluyen del grupo de amigas en el recreo y se ríen de ella si se acerca. Sofía, para no sufrir ese rechazo visible, opta por quedarse sola en la biblioteca o irse al baño a llorar. Esto se traduce en casa como rechazo a invitaciones o "dolor de tripa" los fines de semana si hay planes con gente del cole. El mensaje que interioriza es: "estar solo es más seguro que estar con gente."

 

  • - Ansiedad y miedos, acoso verbal y psicológico: El cuerpo se pone tenso, siempre alerta.

Ejemplo: acoso verbal/psicológico. Un niño sufre amenazas constantes ("Si le dices algo al profe, te vamos a dar una paliza"). Vive con un nudo en el estómago. Veremos que tiene tics nerviosos, se come las uñas, duerme mal o empieza a ser muy dependiente de papá o mamá, con un miedo irracional a separarse de ellos.

 

  • - Caída académica, cualquier tipo de acoso: El cerebro está muy ocupado en sobrevivir como para estudiar.

Ejemplo: Su mente está revisando constantemente el "protocolo de seguridad": ¿Por dónde voy? ¿Me encontraré a Fulanito? ¿He cerrado la sesión del móvil?. No le queda capacidad cognitiva para atender en clase o retener información. Sus notas bajan, y esto, a su vez, empeora su autoestima: "No solo soy un fracaso social, ¡sino que ahora también soy un fracaso en los estudios!".

 

  • 2. Las cricatrices profundas (largo plazo): la mochila pesada. 

Si el acoso se alarga o la herida no se trata, estas consecuencias se arraigan y viajan con el niño/a hasta su vida adulta.

 

  • - Problemas de salud mental: No hablamos solo de un mal día. El bullying es un factor de riesgo muy serio.
  • A) Ansiedad crónica y depresión: La sensación de indefensión y la pérdida de valía pueden instalarse, llevando a trastornos de ansiedad que persisten en la adolescencia y adultez, o a cuadros de depresión.
  • B) Trastornos de estrés postraumático (TEPT):
    Sí, como el de los soldados. El acoso prolongado puede ser un trauma que hace que el niño reviva el miedo con ciertos ruidos, lugares o personas, afectando cómo se relaciona de adulto.

 

  • - Relaciones sociales disfuncionales: El patrón de la víctima se repite.
  • A) Dificultad para confiar: Si sus iguales le hicieron daño en el pasado, ¿cómo va a confiar en nuevos amigos o parejas? Tienden a aislarse por miedo a ser heridos de nuevo o, por el contrario, a aferrarse a relaciones tóxicas por pánico a la soledad.
  • B) Desarrollo de patrones de víctima o agresor (raro pero pasa): En algunos casos, la víctima que no canaliza su dolor puede, irónicamente, convertirse en agresor más tarde, repitiendo el patrón de dominio que sufrió. O puede caer en el círculo de ser siempre la persona que "aguanta" el maltrato en sus relaciones adultas.
  • - El uso de vías de escape peligrosas.
  • A) Conductas de riesgo: Para "tapar" ese dolor tan grande y esa ansiedad, algunos adolescentes y jóvenes recurren al alcohol, las drogas o se meten en situaciones peligrosas. Buscan cualquier cosa que les dé un alivio temporal o una sensación de control que el bullying les robó.

El rol del acosador: el alto precio de ser "el fuerte"

A corto plazo, el alumno que acosa puede parecer el “líder” del grupo. Es quien acapara la atención en el recreo, provoca la risa y reúne a su alrededor a un grupo de compañeros que lo siguen.

Esa sensación de poder y popularidad puede parecer atractiva en el momento, pero es una popularidad vacía, efímera y frágil. Con el tiempo, se desmorona.

Por eso, cuando un niño o adolescente adopta el rol de agresor, es fundamental intervenir cuanto antes. No se trata solo de proteger a la víctima, sino también de ayudar a quien agrede a cambiar el rumbo antes de que esas conductas se consoliden y dañen su desarrollo emocional y social.

 

  • 1. Dificultad para la empatía genuina.

El acoso escolar entrena al cerebro del agresor para desconectarse del dolor ajeno. Si nadie le pone límites y logra lo que desea, atención, reconocimiento o poder, a costa de los demás, su mente aprende a justificar la agresión y a silenciar la culpa.

Ejemplo práctico: pensemos en un adolescente que humilla a sus compañeros con comentarios crueles. Al principio puede sentir cierto remordimiento, pero con el tiempo su cerebro se habitúa y deja de escuchar esa voz interior que le advierte del daño que causa.

Cuando llegue a la edad adulta, quizá no comprenda por qué los demás se sienten heridos ante sus palabras o actitudes y responderá con frases como: "¡No es para tanto!".

Esa falta de sensibilidad no es casual: ha desarrollado una ceguera emocional. Y sin empatía, resulta muy difícil construir relaciones sanas, formar una familia o mantener amistades verdaderas. El respeto y el cuidado hacia los sentimientos ajenos son las bases de toda convivencia, y sin ellas, el aislamiento emocional se convierte en una consecuencia inevitable.

 

  • 2. Problemas de adaptación social y legal.

Cuando la agresión da resultados en el entorno escolar, “si pego, me respetan”, “si amenazo, consigo lo que quiero”,  el niño/a interioriza la idea de que la violencia es un medio eficaz para resolver conflictos.

Pero fuera del colegio, el mundo real no funciona bajo esas reglas.

  • - Falta de normas y autocontrol: si un joven no aprende a gestionar la frustración con diálogo o negociación, recurrirá a la fuerza, la amenaza o la manipulación. Esa conducta lo acerca al terreno de la desobediencia, la mentira y la falta de respeto hacia la autoridad.
  • - Riesgo de conflicto con la ley: diversos estudios demuestran que quienes ejercen la violencia de forma reiterada en la escuela tienen más probabilidades de verse implicados en peleas, comportamientos antisociales o incluso actos delictivos en la edad adulta.

Ejemplo práctico: si un niño/a aprende que quitarle el móvil a un compañero le otorga estatus, ¿qué le impedirá repetir ese patrón más adelante? Por eso es crucial enseñarles desde pequeños que el respeto, la empatía y el cumplimiento de las normas son los verdaderos caminos hacia la convivencia, no la imposición por la fuerza.

 

3. La soledad del poder sin afecto

Quizá esta sea la consecuencia más silenciosa y dolorosa. El agresor puede parecer rodeado de amigos, pero esas relaciones suelen basarse en el miedo, no en el afecto. Son vínculos utilitarios: se acercan a él por conveniencia o para evitar convertirse en su próxima víctima.

La amistad verdadera implica confianza, vulnerabilidad y aceptación. Significa poder mostrar debilidad sin temor al rechazo. Pero quien basa su identidad en el dominio y la perfección constante no puede permitirse ser vulnerable. Su coraza emocional le impide conectar de verdad.

A largo plazo, esa falsa popularidad se desvanece. Muchos de esos jóvenes acaban enfrentándose a la soledad emocional, incapaces de construir relaciones profundas o duraderas. Sus vínculos se vuelven superficiales, regidos por el control en lugar de la reciprocidad. El precio de parecer “el fuerte” es, a menudo, una soledad profunda y persistente.

Un mensaje final para familias y educadores

El acoso escolar no es un conflicto puntual ni un problema individual: es un problema de convivencia que afecta a toda la comunidad educativa. Tiene un impacto real y medible en el desarrollo emocional y cerebral de nuestros hijos/as y alumnos/as.

Por eso, debemos acompañar tanto a la víctima como al agresor, porque ambos necesitan ayuda, guía y educación emocional. Los dos son, en el fondo, consecuencia de una convivencia mal gestionada que debemos aprender a reparar juntos.

30 de octubre de 2025
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